Si usted, estimado lector, nació con genitales masculinos pero siente y se comporta como una fémina, pronto terminarán sus desdichas: el Senado sancionó la ley que proclama el derecho a la identidad de género y habilita el cambio de nombre y sexo registral.
JULIO GUILLOT
Cámara Alta. La oposición lanzó toda clase de trabas hacia las leyes aprobadas
Con la férrea oposición de blancos y colorados, el oficialismo dio sanción al polémico proyecto de ley impulsado por Susana, Margarita, Mónica, Couriel, Bentancor y Michelini, y que ahora deberá ser tratado por la Cámara Baja.
En resumen, el texto es el resultado de un proceso de trabajo e intercambio con las organizaciones de lucha contra la discriminación, y se sustenta en el respeto a la diversidad sexual, así como en el reconocimiento de la identidad de género como componente esencial de la personalidad. En fin, no voy a aburrir a las y los lectoras y lectores con la descripción de una realidad que todos conocen, pero les transcribo el artículo 1º de la ley, que resume el espíritu que animó a sus redactores: "Toda persona tiene derecho al libre desarrollo de su personalidad conforme a su propia identidad de género, con independencia de cuál sea su sexo biológico, genético, anatómico, morfológico, hormonal, de asignación u otro. Este derecho incluye el de ser identificado de forma que se reconozca plenamente la identidad de género propia y la consonancia entre esta identidad y el nombre y el sexo señalados en los documentos identificatorios de la persona, sean las actas del Registro Civil, los documentos de identidad, electorales, de viaje u otros".
Después de la prolija exposición de Margarita Percovich, las voces blancas y coloradas conformaron un coro bien afiatado que entonó diatribas de toda índole contra la ley. Allí aparecieron Amaro y Long cuestionando aspectos puntuales de la norma, como los problemas que se pueden suscitar con el uso de baños públicos o vestuarios. Heber se puso filosófico metafísico, casi preguntándose (sin hallar respuesta a su tribulación) si al cambiar de sexo estamos realmente ante un individuo perteneciente al otro sexo o si se trata de un tercer sexo.
Pero el que se llevó las palmas fue Gallinal. Sorprendiendo a todos, el correntoso representante de UNA no vaciló en calificar la ley de "una aberración, la negación de la condición humana". A continuación, se preguntó con ironía cuántas veces se podía cambiar de sexo, ya que nada impide que un hombre se convierta en mujer y, al cabo de un tiempo, vuelva a convertirse en hombre; también se preguntó qué pasaría si en un matrimonio normalmente constituido uno de los cónyuges decide cambiar de sexo.
A esta altura, intervino Gargano para hacer notar que la ley posibilita el cambio pero no obliga a nadie, y que las lesbianas podrán seguir siendo mujeres y los pederastas, hombres (si así lo desean).
Moreira, impetuoso como siempre, centró su argumentación en aspectos jurídicos. Según el coloniense, esta ley modifica sustancialmente el Código Civil en asuntos como la patria potestad, el matrimonio civil, la minoridad. Se refería a que la ley habilita que los transexuales contraigan enlace, con lo cual se estaría habilitando el matrimonio entre homosexuales, violando así disposiciones constitucionales sobre la naturaleza de la familia.
Susana Dalmás lo interrumpió para hacerle notar el yerro en que incurría pues se trata de transexuales, es decir personas que cambian su sexo de origen por el otro, de manera que un matrimonio entre un varón y una mujer devenida tal después de haber nacido varón, no es un matrimonio homosexual sino heterosexual. "Es un colectivo diferente del que conforman gays y lesbianas", explicó Susana.
Da Rosa, siempre con espíritu constructivo, mocionó para que el tema pasara a la Comisión de Constitución, Legislación y Códigos de manera de analizar los efectos jurídicos que desvelan a sus correligionarios, pero su propuesta naufragó ante la negativa del oficialismo. Finalmente, se puso a votación con el resultado de 17 en 26. Cid celebró el hecho afirmando que la salud es un equilibrio entre lo biológico, lo psicológico y lo social. La votación en particular arrojó resultados dispares pues algunos artículos fueron acompañados por Antía, por Amaro, o por da Rosa.
Los ocupantes de las barras observaron un estricto silencio pero no ocultaron su satisfacción por el resultado de la votación.
En resumen, el texto es el resultado de un proceso de trabajo e intercambio con las organizaciones de lucha contra la discriminación, y se sustenta en el respeto a la diversidad sexual, así como en el reconocimiento de la identidad de género como componente esencial de la personalidad. En fin, no voy a aburrir a las y los lectoras y lectores con la descripción de una realidad que todos conocen, pero les transcribo el artículo 1º de la ley, que resume el espíritu que animó a sus redactores: "Toda persona tiene derecho al libre desarrollo de su personalidad conforme a su propia identidad de género, con independencia de cuál sea su sexo biológico, genético, anatómico, morfológico, hormonal, de asignación u otro. Este derecho incluye el de ser identificado de forma que se reconozca plenamente la identidad de género propia y la consonancia entre esta identidad y el nombre y el sexo señalados en los documentos identificatorios de la persona, sean las actas del Registro Civil, los documentos de identidad, electorales, de viaje u otros".
Después de la prolija exposición de Margarita Percovich, las voces blancas y coloradas conformaron un coro bien afiatado que entonó diatribas de toda índole contra la ley. Allí aparecieron Amaro y Long cuestionando aspectos puntuales de la norma, como los problemas que se pueden suscitar con el uso de baños públicos o vestuarios. Heber se puso filosófico metafísico, casi preguntándose (sin hallar respuesta a su tribulación) si al cambiar de sexo estamos realmente ante un individuo perteneciente al otro sexo o si se trata de un tercer sexo.
Pero el que se llevó las palmas fue Gallinal. Sorprendiendo a todos, el correntoso representante de UNA no vaciló en calificar la ley de "una aberración, la negación de la condición humana". A continuación, se preguntó con ironía cuántas veces se podía cambiar de sexo, ya que nada impide que un hombre se convierta en mujer y, al cabo de un tiempo, vuelva a convertirse en hombre; también se preguntó qué pasaría si en un matrimonio normalmente constituido uno de los cónyuges decide cambiar de sexo.
A esta altura, intervino Gargano para hacer notar que la ley posibilita el cambio pero no obliga a nadie, y que las lesbianas podrán seguir siendo mujeres y los pederastas, hombres (si así lo desean).
Moreira, impetuoso como siempre, centró su argumentación en aspectos jurídicos. Según el coloniense, esta ley modifica sustancialmente el Código Civil en asuntos como la patria potestad, el matrimonio civil, la minoridad. Se refería a que la ley habilita que los transexuales contraigan enlace, con lo cual se estaría habilitando el matrimonio entre homosexuales, violando así disposiciones constitucionales sobre la naturaleza de la familia.
Susana Dalmás lo interrumpió para hacerle notar el yerro en que incurría pues se trata de transexuales, es decir personas que cambian su sexo de origen por el otro, de manera que un matrimonio entre un varón y una mujer devenida tal después de haber nacido varón, no es un matrimonio homosexual sino heterosexual. "Es un colectivo diferente del que conforman gays y lesbianas", explicó Susana.
Da Rosa, siempre con espíritu constructivo, mocionó para que el tema pasara a la Comisión de Constitución, Legislación y Códigos de manera de analizar los efectos jurídicos que desvelan a sus correligionarios, pero su propuesta naufragó ante la negativa del oficialismo. Finalmente, se puso a votación con el resultado de 17 en 26. Cid celebró el hecho afirmando que la salud es un equilibrio entre lo biológico, lo psicológico y lo social. La votación en particular arrojó resultados dispares pues algunos artículos fueron acompañados por Antía, por Amaro, o por da Rosa.
Los ocupantes de las barras observaron un estricto silencio pero no ocultaron su satisfacción por el resultado de la votación.
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